miércoles, 2 de mayo de 2012

Purificación


La casa familiar que nos recibe a todos los jovenes de una familia poderosa, que se ha dispersado y que ha perdido todo lo que fue; es sin duda el mejor lugar.
Los muros altos, coloniales y maltratados por el tiempo son la fortaleza donde se recupera un poco de lo que fue, entre los escritos y las macetas viejas.

Y vuelve a ser, que la vida se impone; bajo los techos de una casa donde el tiempo se detuvo en la madera de sus muebles y entre las plantas que embellecen el jardin y somos el agua nueva de la pila del patio, donde apenas ayer, jugabamos los nietos, mientras en alguna habitación de la casa, la abuela convalecía, postrada, viuda, incoherente, mallugada de la cama; pero ella y el abuelo se han ido y se han ido los tíos, se han acabado las vacas, ya nadie hace queso en la casa, ni es preciso ordenar banquetes para los curas que antes ahí llegaban.

Todo es distinto, ahora somos lo primos los que nos juntamos a reirnos del pasado, los que recordamos las costumbres de un siglo pasado, tan raras, absurdas y nuestras.

Y nosotros no vamos de caza, ni fabricamos las barras de añil, ni tenemos trajes de gala; ni monedas de plata; pero tenemos cámaras donde guardamos sonrisas y significativas miradas.

Que raro, los abuelos tenían los tesoros y nosotros somos los ricos, por tener en las manos cariños y entre nuestros labios palabras tiernas y vamos contra los castigos.

Por lo que nuestros niños un día regarán con el agua que fuimos, su camino, para refrescar su espíritu, de nuestro cariño.

Inuablemente un día serán nuestros muchachos quienes  recordarán historias distintas a las nuestras y sabrán que ellos han sido el agua que refrescó nuestros anhelos de niños y talvez esa casa habrá desaparecido, pero tendrán una, también bella que los protegerá del frío, donde contemplarán las estrellas y donde serán los protegidos.

Aunque para protegerlos abolieramos prácticas de antaño, rezos obligados, silencios incomprendidos, por los que los viejos eran poderosos y terribles y en el afán de infundirles confianza a los chicos, renunció una generación a imponerse, para mejor ganar día a día el cariño; con el cual los niños crecen tranquilos, soñando sus propios sueños, librando sus propias luchas.


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