viernes, 17 de septiembre de 2010

Equivocación

Una mañana de éstas, postrada ante el Santísimo, cerré mis ojos y mientras hacía una sencilla oración, escuché el susurro de un anciano que imploraba con una misma frase: "Señor, cuida a mis hijos" y sin poder evitarlo, pensé en mi padre y lloré.
Luego pensé en mis hijos y le pedí a Dios que cuidara de mi pequeño César, a quien le ha tocado nacer en un mundo en el que actualmente hay tanta agitación y le encomendé el espíritu de mi pequeño Tristan, mientras desde el fondo de mi alma lloré por ese hijo al que nada le pude dar, que equivocación creer que al dejarlo ir, se iría también la culpa y el dolor de perderlo.